El ídolo

 Ví las calles vacías apenas bajé del tren. Aquel kiosco donde alardeaba con mis amigos después de jugar futbol ya no estaba y parecían que las lágrimas empezarían a brotar, cuando el rugir de las vías paró en seco todo el mezclum sentimental que me arremetía.

Mi padre, ex-bancario, tras su paso de vivir en Rosario, emprendió su retorno a su barrio querido: Belgrano, ciudad autónoma Bs As, donde nos criamos.Él tuvo varios traslados por su trabajo y paseó por Misiones, Formosa y Chaco. Pero el tesoro que yo buscaba lo había obtenido en Rosario, no sólo cuna de la bandera, sino del más grande de  los ídolos.

Esa tarde, cuando bajé del tren tenía un solo objetivo y era el de  ir en busca de mi herencia, regalo prometido. 

Sabía que quizás lastimaría los sentimientos de mi padre, Don Jorge Cipriano de la Cerna, hombre tradicional y de principios. De hecho, cuando llamé anunciando mi visita primero mi padre se emocionó; pero sin embargo no reparé en detalles ni en sentimentalismos. Pensaba en las tardes en que compartimos charlas con mi padre en la vereda. Épocas en la que se podía tomar aire tranquilo sentados con sencillez y el mate en la puerta.

Sin embargo y al final de cuentas, solo volví para buscar algo de plata y la pelota firmada por Messi. Regalo recibido por mi padre por ser fan de Argentina y ex vecino del gran ídolo. 

Él me prometió de niño que me la daría al crecer. Quizás creyó que de verdad añoraba aquella pelota; pero la verdad que no  eran los recuerdos de mi padre riendo y conteniendome por lo mal que jugaba al fútbol de niño. No. No me había invadido la nostalgia. Solo la necesitaba, e iba a venderla.




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