Velorio



Estaba en un velatorio simbólico. Estábamos vestidas con musculosas y chancletas. Sentadas en sillas que databan de los 80'; hablamos poco en una ronda pequeña.

Quien sufrió el desconsuelo de la pérdida detallaba los últimos momentos. Pocos aportes al hecho y muchas lágrimas reprimidas. Tonta regla que inculcaron nuestros padres para que aprendamos a no llorar.

El tenía un pelaje sedoso. Él era siamés y acompañaba a su dueña con una mirada tierna que seguramente ella estrenará en su regazo los domingos de tele acostados en el sillón.

Mis lágrimas eran en realidad una cascada atajada por una gran represa llamada garganta y no se si era del diablo, pero me ahogaba en un gran nudo de pena. Me iba a poner a llorar por el gato y me contuve. Sabía muy bien que no iba a llorar solo por eso...





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