El minotauro
Perdido en un laberinto mental, Federico no podía entender por qué había sido un hijo no deseado. Mi madre se llamaba Pasifae y extrañamente era, para mi gusto, demasiado pacífica a los insultos y desprecios de mi padre. Mi madre era todo lo contrario a mí;mejor dicho, éramos como agua y aceite. Mientras ella en las mañanas despertaba alegre con una sonrisa, mi cólera se alzaba con los indicios del día, y empezaba a tratar mal a todo el mundo. Incluso ni mís amigos me querían; no sabía si era por mi carácter temperamental o me habían dejado de lado porque siempre fui un poco deforme y cabezón. Tenía la cabeza más grande y el pelo revoloteando y silvestre como hojas en pleno cambio otoñal.
Mi madre aseguraba que mi ira, era producto de algún trauma o dolor de la infancia y me suplicaba incluso de rodillas que borrara mi pasado y dejará toda esa violencia que cargaba como mochila por dolores y penas de antaño y pudiera vivir tranquilo en el presente.
Fue así, que una mañana de febrero, mis padres desbordados por mis escenas violentas, me llevaron a un instituto psiquiátrico. El lugar mostraba grandes espejos al frente. Corrimos dentro de las amplias instalaciones. Los recovecos, cual laberintos, se extendían. Aseguraban que me quedaría el tiempo que fuera necesario. Ahí mismo me pregunté si esta vez podría escapar del nosocomio. Era un prisionero capturado por los propios juegos de mi mente.
*Texto supervisado y corregido por Claudia Soto.
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