Excursión

 




Viernes, el cuarto día de abril. Como todos los años comenzaba la excursión escolar al camping River Sun, donde supuestamente habría agradables cabañas próximas a un lago; prometiendo un fin de semana cargado de aventuras y emoción.

Sólo esperaba volver sano y salvo  a casa, ya que tenía innumerables cantidades de fobias que mi maestra al parecer ni siquiera comprendía, o tal vez ella quisiera que aprendiera a sufrir. Nunca se cansaba de repetir: “la vida no es justa muchachos” y todos escuchábamos esas palabras con su sonido; pero sin que capturasen nuestra atención.

Para añadir más picante  a este viaje forzoso; llevaba más de un mes y medio sin poder dormir. Es más, hace un par de noches había soñado con una mochila azul que caía de un acantilado. El sueño terminaba de manera abrupta como toda pesadilla. Mi frente transpiraba un sudor frío. La única solución que se me ocurría era cargar una foto de mi mamá, verla me serenaba y era la única que me entendía. 

 

Comenzó así nuestro viaje y cuando el colectivo finalmente aterrizó en el destino final después de 9 hs de ruta y 2 paradas intermedias, me encontré con un paisaje simple y para mi gusto bastante abandonado, no se veía ni cerca como los folletos repartidos en clases y con las supuestas comodidades por las que nuestros padres habían abonado. Emití un suspiro largo, y recurrí inmediatamente a usar mi aerosol presurizado para evitar que la angustia y la ansiedad tomara control de mi pecho.

Nos llevaron a recorrer  por una hora el lugar y los docentes encargados preparaban mientras tanto los tres diferentes menú programados y la fogata. El primer día transcurrió tranquilo y un poco decepcionante, pero fue durante la noche que empecé a padecer.

Miraba y analizaba todas las superficies de la cabaña no quería tirar mi bolsa de dormir donde hubiera arañas, insectos o estuviera sucio con polvo. Encontré un lugar detrás de un gran sillón donde el grupo había ocupado para dejar todas las mochilas y me pareció el lugar perfecto además de estar cerca del hogar que calentaba indiferente esa congelada habitación.

Para mi sorpresa había logrado dormir cinco horas sin intervalos, y parecía despertar con una hermosa mañana que se abalanzaba por los rendijas de la ventana. Cuando me decido a desplegar la curvatura de mis ojos, veo, para mi sorpresa, en el sillón que una de las mochilas que allí reposaba era igual a la de mi sueño unas noches atrás, antes de venir a la excursión. La sola idea de traer a la realidad mi pesadilla hizo caer en mi la paranoia como un rayo.

Debería encontrar al dueño de aquella mochila, algo me decía que podía estar en peligro.

A medida que iban despertando, mis compañeros, los iba interceptando al pie de las escaleras, antes de que pasaran a la cocina.  Ya que se podía oler fácilmente el aroma a huevos y a tocino que preparaban para el desayuno y todos bajaban como desesperados.

La primera en bajar fue Josefina que media malhumorada me respondió que su mochila era color rosa. Después bajó Kevin, que tampoco estaba de buen humor y me ignoró por completo. Detrás de él, venía Mario el brabucón de la escuela con él había tenido grandes conflictos en primaria y a los cuales mi madre siempre acudía ante el estricto director del colegio para defenderme. Siempre había un nuevo candidato para el bullying y resultaba que yo parecía estar entre la lista de preferidos. Diez años después las cosas seguían bastantes iguales. Lo descarté a él también, para no tener problemas tan temprano en la mañana y seguí interrogando al resto. Nadie asumió ser el dueño de aquella mochila azul.

Nuestro próximo paseo por la colina empezaría en menos de una hora. Por la descripción de la maestra se sabía que era una zona peligrosa donde tendríamos que estar atentos a animales salvajes y a caminar lentamente por los senderos de ripio. Mi corazón empezó a latir a gran velocidad deseando tener una buena excusa para no ir o simplemente tener agorafobia; pero no la tenía y no me gustaba mentir.

Para incrementar mi excedida paranoia, no tardó en llegar el coordinador repartiendo unos chalecos, calzado y mochilas especiales para llevar todo lo necesario para el ascenso a la montaña. He aquí que todo el equipo era color azul Francia. Explotaron mis últimas neuronas que conservaban lucidez en pensar de qué iba todo esto.

Que maravillosa convocatoria había recibido el día que el espermatozoide fecundó a mi madre, me repetía para mis adentros. Mi madre casi pierde las esperanzas por completo de traer un hijo al mundo, y yo renegando de mi existencia.. “Si no hago más que padecer en este mundo hostil” seguía pensando. Creía que algún día todo esto tendría un sentido más lógico para mi.

En fin, mucho no quedaba por hacer al respecto, y no había juicio existente que anule mi existencia y diera alguna utilidad a mi ser. Sabía que tenía muchas habilidades aunque no las descubriera todavía cuáles exactamente eran, pero tenía muchas, me lo aseguraba confiadamente.

El silbato del profesor de gimnasia interrumpió mi nube gaseosa de disparates. 

Comenzamos así, finalmente el camino de ascenso de la montaña. El clima estaba bastante frío y de vez en cuando recibía algún puñetazo de vientos que se producían  de manera rápida y muy cambiante.

Éramos un grupo de 23 chicos, 3 de ellos los más revoltosos y que siempre con sus bromas causaban algún inconveniente; aunque en esta ocasión producto del clima o la dificultad del paseo venían bastante callados. 

Cuando empezamos a subir y las rocas se arrimaban más filosas a los costados del camino, uno de mis compañeros se patinó y se dobló levemente el tobillo. Ante su alarido repentino y brusco todos frenamos. Corrí a asistir a mi compañero Federico que no dejaba de agarrarse el pie y estremecer su cara con dolor. Le pregunté de inmediato si creía que podía hacer algunos pasos,  si su respuesta era un No podría haberse fracturado; pero después de unos minutos de tantear sus capacidades se dio cuenta que si podía, mientras tanto venía nuestro maestro Rodolfo, que consideró que debería acompañarlo a Federico a la cabaña para llamar a algún medico por las dudas. 

_“Chicos esperen a Fabiana la otra profe que ya le avise y viene para continuar la excursión por favor manténganse todos juntos y quédense en este lugar. No se muevan de aquí._Recitó firmemente nuestro profesor.

Los bravucones del curso empezaron a burlarse de la tonta caída, que para ellos había experimentado nuestro amigo, y mientras ideaban algo para hacer.

“¡Vamos subamos un poco más, unos pocos metros nadie notara la diferencia!”_ dijo uno de ellos. Ninguno le hacíamos caso y eso hizo exaltar al líder de los revoltosos. “Bueno ustedes se pierden la diversión, Carlos y yo iremos a verlos a Ustedes patéticos desde la cima” agregó y se fue rápidamente, entre los árboles, sin darnos tiempo a persuadirlo de su insensatez. 

Cuando se estaba alejando, veo en su espalda la mochila azul, y eso abrió una alerta instantánea en mi cabeza. Aún no sabía si mi sueño era solo sueño o una premonición.

Presentía muy adentro que algo malo pasaría y no podía quedarme de brazos cruzados, tampoco quería recibir una sanción; pero sin tratar de analizarlo corrí tratando de seguir las marcas de su calzado. Como me había apurado bastante dirigido por la fuerza de mi preocupación, llegue a divisarlos en pocos minutos. Ellos iban riendo y saltando sin ver con demasiada atención el camino o el precipicio que estaba a menos de 30 metros. Corrí aún más fuerte, mis piernas no eran para nada atléticas y sentía que un calor me subía por ellas. Estire mi brazo izquierdo con tremenda brutalidad mientras me sostenía de una piedra con el otro para agarrar casi en el aire aquella mochila que llevaba a mi compañero atado mientras que él ya tenía  un pie sobre el abismo. 

Por suerte, después de tremendo susto, solo se hizo una herida leve en la otra pierna al caer del empujón violento que le pronuncie para evitar la caída. Por suerte tenía desinfectante conmigo y con un pedacito de venda contuvimos provisoriamente su herida.

Estaba en un bucle de pensamientos mientras volvía de una caminata 15 años después, y cayó como gotero en mi cabeza aquella excursión. Y ante la pregunta que había repetido toda esta semana una y otra vez en mi cabeza sobre:¿ cuál es mi vocación? Ahí tenía la respuesta. Siempre había sabido cuál era. Cuantos años perdidos haciendo lo que mi padres querían. “ Es para garantizar tu futuro hijo” repetía cansadoramente mi padre y reforzaba la idea de que estudiara ingeniería; cosa que al no gustarme, me frustraba y en menos de un año terminaba abandonando abruptamente. Ya lo había conseguido, tenía la clave, y había llegado a mi, en ese momento de silencio. Lo que yo quería realmente, era ser enfermero.







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