Elizabeth

 





 

 

Creí que ella era la petrificada. En realidad el que se había momificado y podrido como duraznos no recolectados; era yo, a su lado.

Ya no estaba en la época de oro, donde la gente entraba a mi tienda por los últimos modelos de moda. Ahí yo me lucia y confeccionaba los mejores diseños y eso me hacía sentir vivo. Pero el tiempo pasó y mis raíces se expandieron en lo más profundo de esta tienda y nunca quise probar nuevos horizontes.

Mi amigo Carl, se cansó de insistirme con negocios en New york y exportar para Paris. No mucho después de eso; como el cemento mis ideas cuadradas e inflexibles se petrificaron como un muro inamovible. Y me asegure de construirlo bien por dentro y por fuera, para que ningún sentimiento me atrape…

Aquella noche, después de una jornada ardua y extensa de ventas, me sorprendió una fría caricia. Traía una noticia de partida.

Desde la muerte de Elizabeth, me había dado cuenta que decidí enterrarme a mí mismo también.

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